Durante mi carrera como futbolista profesional, la rutina y la exigencia del trabajo, absorbían casi por completo mi vida, y también involucraban a mi entorno en esa misma dinámica. Mientras fui jugador, esa intensidad era necesaria. No solo me ayudaba a rendir al máximo, sino que me sostenía emocionalmente gracias al acompañamiento de quienes estaban cerca mío. Sin ese equilibrio, habría sido muy difícil sobrellevar las presiones y la constante demanda del alto rendimiento.
A la vez, esa etapa implicaba una alimentación constante del ego. Estaba ocupando un lugar muy deseado por muchos, y había alcanzado el sueño más grande que tenía desde chico.
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